Vi a la proclamación del Papa como quien asiste a un evento de viejos rockeros por el mundo. En tercera persona. Como quien mira algo ajeno y alejado, pero que entiende que para algunos pueda ser importante. Podría decir más, con el mismo interés con que veo en ocasiones la NBA. Con mayor o menor expectación, viendo los detalles de la espectacularidad de los gestos. Pero al final del camino observando un desfile, un cuadro, que en el fondo me aporta poco.
Cabe decir que cualquier persona nueva en cargo diferente, aunque sea el obispo de Roma, merece el máximo respeto y al menos una oportunidad para poder demostrar su camino y su valía. Pero sinceramente no creo que la doctrina moral vaticana vaya a cambiar. Y en ese aspecto hay un abismo entre lo que piensa la Santa Sede y lo que creen las personas a pie de calle. También mucha diferencia entre lo que opinan los mismos denominados católicos de sus comendadores. La pérdida de la denominada fe en la iglesia católica es un hecho. Quiza haya menos que pierdan su credo en una religión, sea cual sea, puesto que la gente en ocasiones necesita aferrarse a algo. Aunque sea intangible y más o menos creíble. Pero es evidente que la Iglesia Católica Apostólica y Romana no pasa por sus mejores días. Y en el fondo (y sin llegar tan al fondo), realmente lo comprendo.
En un mundo cada vez más globalizado, en pleno siglo XXI, en una época de profundas transformaciones sociales; nos encontramos una Corporación anclada en valores dogmáticos propias de otras centurias más oscuras. Sin avance posible. Este mismo Papa Francisco es el que predicó que "el aborto es el demonio contra el plan de Dios". Si el anterior Papa había jugado con su filiación en las Juventudes Hitlerianas, el nuevo colaboró (o eso parece), en la dictadura de Videla en Argentina. Hay oscuros puntos sobre su gestión esos días. Sombras sobre aquel que viste de blanco.
Pero más allá del pilar sobre el que se fundamentará el poder del estado más pequeño del mundo, no creo que la Iglesia varíe el timón tomando un nuevo rumbo en materias tan preocupantes como el uso del preservativo, su posición sobre la homosexualidad, el negacionismo, la igualdad entre hombres y mujeres también dentro de la misma Iglesia, el creacionismo, el uso de la eutanasia, la legislación sobre la bioética, la denuncia de comportamientos irregulares dentro de su seno (por no hablar en específico de la pederastia), etc. Y he puesto sobre la palestra unos pocos ejemplos de por donde no creo que se consiga ningún tipo de avance. Temas importantes, sin duda. Actuales. Vigentes. Necesario reflexionar sobre estos y otros temas. En la sociedad y sobre todo en un Vaticano anclado en la Edad Media.
Hoy también es un buen día para reclamar el laicismo en nuestras instituciones públicas. La necesidad de separar dogma religioso y Estado es imperiosa. Defender un estado laico no significa ser anticatólico. El Estado legisla sobre el hombre y la Iglesia legisla sobre su fe. Y la libertad de evangelio y conciencia es importante. El hombre puede elegir su vocación y religión, aunque su creencia no pase por ninguna doctrina. Un Estado laico defenderá la igualdad entre diferentes credos, sin favoritismos. Una herramienta para la convivencia en un planeta globalizado, allá donde somos ciudadanos del mundo.
Pero más allá de laicismos, de temas sin resolver, de ideas peregrinas en el siglo XXI... a pesar de que se esperen grandes cambios en poco tiempo... a pesar de que el Obispo de Roma se llame Paco, Benedicto o Juan Pablo: todo sigue igual en el Vaticano.
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